Ingreso al aula un lunes a las 7:30 de
la mañana. Enciendo las luces del salón y me encuentro con una atmósfera
soñolienta. Los estudiantes no tienen ganas de estar allí y desean,
profundamente, estar en sus camas mirando tele y esperando que los días vuelen
hacia las vacaciones. En el aula, el tiempo transcurre muy lentamente para ellos.
Lo noto y desespero un poco. Preferiría oír barullo y ver chicos y chicas
caminando.
Para comenzar con la clase que tengo
planificada, intento que recuperemos los que vimos la clase anterior: los
verbos en las narraciones. Sin embargo, al ver nuevamente esos rostros
abúlicos, casi inertes, se me ocurre sacar de la galera una consigna que los
despierte y divierta: la famosa consigna surrealista de la ruleta. Hago un
corte ceremonial entre tanta desolación y paso a explicarla. Comienzan a
entusiasmarse y yo también. Cambian los gestos y algunos ojos se abren para oír
de qué se trata esta rareza.
En fin, ¡que arranque el juego!
Pasan los minutos, pasan las palabras
y, entre risas, los estudiantes van llenando sus hojas en blanco con
creatividad y desenfado. “¿A dónde meto ‘chuchería’?”, dice uno. Risas. Así,
siguen armando su texto lleno de locura, de sin-sentidos, de sentidos nuevos. Me
fascina ver esas manos moverse al ritmo de la trama que desenvuelven. Siento
que la clase cobra vida.
Luego de media hora de clase, damos
por finalizada la actividad. ¿Y ahora? Y ahora leemos lo que escribimos.
Comienza uno. Luego, otra. De repente, viene la profesora del aula contigua a
quejarse por nuestras risas y gritos. No solicitó, encarecidamente, que nos
“riamos en silencio”, lo cual es aún más gracioso. Las gesticulaciones se
exageran por demás y a estos jóvenes les gusta bastante la actuación. Y es así
como de nuevo vienen los gritos y la profesora de al lado y la Directora y el
reto.
Para ponernos un poco serios,
decidimos “ponernos a trabajar”, como pidió la Directora. Entonces, comenzamos
a analizar los textos que acababan de salir del horno. Reflexionamos en
silencio, pensamos y discutimos acerca del uso que cada uno le dio a las
palabras y la multiplicidad de significados que surgieron a raíz de la
urgencia. Observamos que algunos se animaron un poco más a la invención y
sustantivaron verbos insustantivables…insustantivizables…bueno, eso. Otros,
transformaron sustantivos comunes en propios. De esta manera, los llevo a los
verbos y la narración para volver al tema que habíamos dejado a medias. Y cuando sonó el timbre del recreo, nos fuimos con una gran
sonrisa de aprendizaje en el rostro.
Macarena Aguilar
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