Miércoles,
7.30 am. Formación, unas palabras de la directora, izamiento de la bandera, un
“qué tengan un buen día” y al aula.
Cansados,
dormidos, sin ganas de estar ahí, los chicos de 5° año se van acomodando
lentamente en sus bancos. Algunos tienen que ir a otras aulas a buscar, la
misma historia de siempre. Mientras ellos practican su rutina matinal, una vez
más, yo voy sacando mi carpeta y acomodando mis cosas.
7:50, más o
menos, estamos acomodados. Hay bullicio, pero ya todos están sentados. “Bueno,
vamos a empezar, ¿sí?”, lógicamente, varios responden “¡No!” y otros, ni
responden, están durmiendo en sus bancos, recostados sobre sus brazos que
abrazan una almohada invisible. Empiezo a hablarles a los que están más cerca,
que de hecho son los que no están durmiendo, les pregunto cómo están, si tienen
alguna evaluación hoy, que hicieron ayer: preguntas que desestructuren un poco
el ambiente y corten con la pereza de la mañana.
“Sé que
están cansados chicos, yo también lo estoy, así que ¿porqué no empezamos con un
juego?, así nos despertamos un poco” No hay mucha reacción en la mayoría, pero
los que están más despiertos, responden “Bueno”. Les pido que muevan sus bancos,
para formar un circulo, pero que no lo cierren del todo, así pueden observar el
pizarrón. Un poco más despiertos nos vamos moviendo y acomodando de manera que
todos entremos en la ronda. No les explico de qué trata, para que la consigna
no se condicione por otros factores. Primero, pregunto quién quiere ser el
responsable de tomar nota de lo que se va escribiendo, una alumna se ofrece.
Les pido que, de a uno, se levanten y escriban una palabra cualquiera en el
pizarrón, la primera que se les venga a la mente, sin escribir groserías. De a
uno, lo van a haciendo, algunos chicos dicen sus palabras desde el banco, para
que otro las anote en el pizarrón. Un alumno, que ya pasó, me pregunta si puede
escribir otra palabra, le digo que sí y pasa… Varios quieren volver a escribir.
En el pizarrón
se observan en mayoría los sustantivos, en menor medida los adjetivos y algunos
verbos, que fuimos clasificando y charlando a medida que los escribieron. Ahora
les pregunto sí con esas palabras podríamos formar oraciones, me responden que
sí, entonces les pido que a medida que
las armen, pasen a escribirlas. Una alumna me pregunta si puede cambiar el
verbo (la desinencia), porque no le coincide con el sujeto que eligió. “Sí
chicos, pueden cambiarlos como les parezca mejor”. Una vez que veo que ya no
van a pasar más y, aunque no pasaron todos, paso a la próxima etapa.
Les pregunto
a ellos que creen que se puede hacer con lo que está escrito. Las respuestas
son variadas, desde “borrarlo” hasta “hacer un cuento”. Esa respuesta me gusta.
“Bueno, entonces vamos a escribir algo”.
Algunos alumnos me reclaman que las palabras y oraciones que hay allí no
alcanzan, un compañero les responde que no importa, que podemos usar otras, “¿o
no, profe?”. “Seguro que sí, pueden usar esas y más, inclusive-les digo- no es
necesario que usen todas las del pizarrón, pueden usar una como disparador y
crear, de ahí en más el resto del relato”.
Un
estudiante me pregunta si deben “volver a sus lugares”, le respondo que no es
necesario, que pueden quedarse así o ubicarse como le guste. Otro me pregunta
si puede escuchar música, mientras escribe, también le digo que sí, mientras
use sus auriculares para no distraer al resto, que quizás no quiera escuchar
música. Y así, de a poco se ponen a trabajar. Una alumna, al rato, me pregunta
si lo tienen que entregar ahora: “si lo terminan ahora, sí, pero si no pueden
terminarlo en sus casas y me lo traen la clase que viene” es mi respuesta. Los
chicos hablan entre ellos, algunos charlan, otros trabajan en silencio. El
sonido del lápiz haciéndole cosquillas a la hoja es hermoso.
Se va
haciendo la hora, los chicos empiezan a guardar. Está por tocar el timbre.
Algunos se levantan a entregarme la hoja, otros no. Les pido que acomoden los
bancos antes de irse, por sí a la profe de la hora siguiente le molesta “el
desorden”. Algunos los ponen en su lugar anterior, otros ya están firmes, al
lado de la puerta, esperando el timbre. Suena. Y se van.
Lourdes Oliva
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