martes, 29 de septiembre de 2015

Hacia el lenguaje

Luego de leer esta consigna por primera vez, pasé dos semanas enteras convencida de no poder responderla. Ocupé mi tiempo contestando el resto de las preguntas y esperando que la F nunca llegara, hasta que la fecha límite se acercó lo suficiente como para que empezara a preocuparme. Creía haber entendido más o menos bien todos los textos, pero no veía como una cuestión tan “científica” y abstracta podría afectar directamente mi vida personal. Nunca tuve ningún gran conflicto con el lenguaje como el que Siri Hustvedt relata en “La mujer temblorosa”, ninguna obsesión acerca del lenguaje que desbordara lo académico e invadiera mi vida personal, como aquella de Antonio Damasio en su búsqueda de Spinoza. Sin embargo, una noche antes de dormirme y sin pensar mucho en ello, me di cuenta de que un par de días antes había tenido una de estas situaciones, aunque más pequeña y desapercibida que la que yo esperaba.
Mientras disfrutaba una de las clásicas meriendas de café con leche con mi papá, lo noté un poco cansado y con alguna preocupación en la cabeza, así que le pregunté qué le pasaba. Me contó que estaba teniendo algunas complicaciones con el trabajo… Había recibido las revisiones de un paper para publicar en una revista y tenía muy poco tiempo para corregir los errores. No le preocupaban demasiado los detalles técnicos, porque tenía cierta idea de cómo resolverlos. Lo que más le preocupaba era que dos de cuatro revisores habían recalcado problemas en su inglés, sin decirle cuáles eran estos problemas y sin tener mucho tiempo (tan solo unos quince días) para corregirlos. Yo quería ayudarlo, pero no sabía cómo. Aunque entiendo inglés, el contenido del paper que escribió mi papá es chino para mí (él es ingeniero electrónico). Fue entonces que se me vino una frase de Noam Chomsky a la cabeza: “Colorless green ideas sleep furiously”. Esta frase, como explica Pinker en “La lingüística como ventana a nuestra mente” (Pinker: 2013), da cuenta de que el lenguaje posee una sintaxis independientemente del significado. Esta oración no tiene sentido, pero cualquier usuario de la lengua inglesa puede afirmar que se ajusta a los parámetros de la sintaxis. La frase es identificada como gramatical, sin importar que nunca antes se la haya formulado, ni siquiera en parte. De acuerdo a Chomsky, esto es posible ya que el lenguaje no es algo que aprendamos a partir de estímulos externos, sino que está incorporado en nosotros al nacer. En este caso, se me ocurrió una aplicación bastante simple de esta teoría. Si puedo entender que “Colorless green ideas sleep furiously” es una oración gramatical, entonces puedo decirle a mi papá si sus oraciones también lo son.
Luego de revisar juntos la sintaxis de su texto, mi papá me preguntó qué le recomendaba para aprender a escribir mejor el inglés. Tomar un curso formal del idioma e intentar leer diariamente textos en inglés para practicar son buenas formas de hacerlo, pero implican un largo proceso y, mientras tanto, mi papá debe seguir escribiendo de la mejor manera posible. Necesitaba una solución mucho más sencilla y aplicable a corto plazo, de hecho, podría ser una solución que él ya tuviera incorporada sin saberlo. Si existe una Gramática Universal con la que todos nacemos y que abarca principios comunes a todas las lenguas, entonces quizá lo único que deba hacer mi papá es apelar a su instinto, como lo hace al hablar en español. Al igual que todos aquellos que pertenecemos a la especie humana, él sabe, en un nivel bastante abstracto, qué es gramatical y qué no lo es. Aunque no sepa etiquetar categorías con nomenclaturas como “SN” o “SA”, puede reconocer que existen diferentes categorías sintácticas y que éstas se agrupan jerárquicamente. Traté de explicarle esto a mi papá y, al dejar de preocuparse de lo que no sabe, pudo concentrarse en aquello que sí.
Esto no quiere decir que aprender una segunda lengua sea igual a adquirir la lengua materna, pero recordar algunos puntos claves de la teoría innatista que Chomsky propone puede ayudarnos a enfocar este tipo de problemas diarios desde otro punto de vista. Las discusiones acerca de quiénes hablan “mal” y quiénes hablan “bien”, los afanosos intentos por “enseñar a hablar” a los niños, dejan de tener tanta importancia e incluso pierden totalmente su sentido. Entender al lenguaje como algo que poseemos todos los seres humanos, por el solo hecho de serlo, afecta nuestras vidas de incontables formas.
Guadalupe Romero

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